Durante las últimas semanas, España y Portugal han sufrido una oleada de incendios forestales que han quemado miles de decenas de hectáreas. Mientras hacía seguimiento de la evolución de los incendios, no dejaba de recibir información, números y estadísticas de la superficie quemada en esa medida: hectáreas.
A pesar de ser conocedor de lo que supone una hectárea, no paraba de preguntarme: ¿qué es una hectárea? ¿por qué se mide en hectáreas?
Si hablamos de un metro cuadrado, lo visualizas rápido en tu mente pero ¿y 10.000 m²? Una hectárea. Sí, ya pero ¿cuánto ocupa en un espacio?
Comentándolo con amigos y familiares, me di cuenta de un problema muy común: la mayoría de mensajes y cifras que recibimos en el día a día pasan desapercibidas. El mensaje no suele retenerse y en muchas ocasiones solo confunde.
¿Por qué pasa esto? ¿Somos nosotros o el emisor? Pues un poco de todo:
Weber-Fechner le pone nombre
Nuestro cerebro no está preparado para manejar números muy grandes -pero tampoco muy pequeños-. No es un problema de falta de inteligencia, sino de cómo evolucionó nuestra mente: estamos cómodos teniendo cerca cifras cotidianas, pocos números, pocas cantidades. Pero cuando los números se disparan, perdemos toda referencia a lo cercano y se produce un efecto de desconexión con los datos perdiendo su efectividad.
La dificultad para comprender cifras grandes o conceptos numéricos complejos: no es que no se sepa contar, es que nuestro cerebro deja de diferenciar cuando los números se vuelven enormes.
Esto se explica con la ley de Weber-Fechner, que demuestra que nuestra percepción de las cantidades no crece de forma lineal, sino logarítmica.
Percibimos el tiempo transcurrido en 10 años muy cercano, incluso lo tangibilizamos. Pero si hablamos de 1.000 años, la mayoría de nosotros no puede imaginarlo. Incluso la diferencia entre 1.000 y 10.000 años se siente como mucho tiempo sin poder concretar la magnitud real. El cerebro colapsa ante cantidades grandes y solo entiende escalas pequeñas o cotidianas.
La Ley de Weber-Fechner explica que nuestra percepción de las cantidades no crece de manera lineal, sino logarítmica. Es decir, cuanto mayor es el número, menos sensibles somos a los cambios. Lo mismo ocurre con el sonido, la luz o el dinero: necesitamos un aumento proporcionalmente mayor para darnos cuenta. Esta es una de las razones por las que los números grandes se nos vuelven invisibles; el cerebro no los procesa como diferencias reales, sino como más de lo mismo.
A nivel neurológico, el cerebro aplasta las cifras grandes y las mete en la misma categoría de mucho. Por eso, para la mayoría es casi lo mismo escuchar que un incendio quemó 5.000 hectáreas o 20.000 hectáreas; ambos números caen en la misma caja mental de gigantesco, aunque en realidad la diferencia es que se ha destruido una superficie equivalente a la isla de Tenerife.
Además, esta incapacidad se agrava si no estamos acostumbrados a esas cifras.
¿Debemos comunicar de otra manera?
Lo cierto es que quizás en algunos casos, para lograr un mayor impacto en el mensaje comunicado, deberíamos replantearnos algunos ejemplos o, al menos, un cambio en la unidad escogida.
Los adjetivos de tipo muy, mucho, bastante o poco, no deben utilizarse para expresar cantidades o situaciones asociadas a números dado que no expresan una cantidad.
Aplicar ejemplos con ayuda de comparaciones y gráficos visuales, es una buena estrategia para enviar mensajes correctos y asegurarnos que se recibe correctamente.
Algunos ejemplos
Deuda pública
Hablemos de deuda pública, el Estado destinó para los presupuestos generales de 2023 31.275.104.090 €, es ¿mucho? ¿Poco? Sin contexto, cualquier ciudadano te dirá que muchísimo, pero si le decimos que es el 5% del gasto total cambiará su percepción.
Aún así, podemos bajarlo más a tierra indicando que la deuda pública presupuestada es de 650 € por ciudadano.
Contextualizar y bajar las cifras siempre ayuda a que el interlocutor entienda el mensaje.

Por eso es se traducen los números grandes a referencias cotidianas o números más cercanos, porque nos encontramos ante la necesidad de adaptar el mensaje para que cale en la mente, y se interprete de la mejor manera posible.
El paso del tiempo
Las pirámides de Giza tienen casi 5.000 años. Estarás pensando que son muy antiguas, pero quizás no las sitúes en el tiempo donde merecen. Si te hablo de Cleopatra la sientes lejana a nuestros días.
Ahora, la última faraona está más cerca de nosotros en el tiempo que de la construcción de las pirámides de Giza. El objetivo es que sitúes la construcción como muy lejana, utilizando un ancla de la cultura popular de sobra conocido.
Velocidad en campañas de concienciación
En 2005, el Ministerio de Fomento lanzó una campaña para concienciar sobre los pasos a nivel, enviando un mensaje muy claro y directo sobre el tiempo que tarda el tren en recorrer un kilómetro a 180km/h.
Y cómo no, las campañas de la DGT de 2003 bajo el claim Abróchate a la vida en las que se quería concienciar sobre el uso del cinturón de seguridad.
Aquí no hablamos de números grandes -sino de adaptación del mensaje- pero si de cifras cotidianas a las que se aplica comparaciones, para que el publico pueda asociarla con un mensaje impactante.
Acompañar de datos que el gran público no entiende: fuerzas G o 20 veces tu peso -volvemos a la magnitud- sin una referencia o ancla no llega de la misma manera.
Estos ejemplos nos ayuda a entender visualmente el problema de la percepción de la velocidad.
Incendios forestales en España
Copernicus, el programa de vigilancia terrestre de la Unión Europea, cifra las hectáreas quemadas en más de 400.000 ha. -ojo al gráfico con el histórico de los datos-.
¿Cuánto son 400.000 hectáreas? El 30% de la provincia de Córdoba o el 50% de la Comunidad de Madrid.
Completar ambos datos con este gráfico, ayudará a entender la sin importar cuánto es una hectárea, no lo necesitas porque el mensaje que quieres enviar es: se ha quemado muchísimo. Ha sido grave.
De nada sirve indicar la cifra ya que por sí sola no expresa mucho ya que contamos con este problema de cantidades grandes.

Nuestro cerebro está diseñado para lo cercano y lo tangible. Los números grandes, sin contexto, son solo ruido. Debido a esto es tan fácil manipular con cifras enormes: porque, en el fondo, no las entendemos. Si no las entendemos, nos quedamos con la cifra errónea, si logramos procesar la información entre tanto ruido, claro.
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